Seguro que te suena esta escena: estás en el supermercado, tu peque quiere esas galletas de dinosaurios y tú le dices que hoy no toca. De repente, el pasillo se convierte en el escenario de una rabieta monumental. Te sientes observado, frustrado y no sabes qué hacer. ¿Gritas? ¿Cedes? ¿Le castigas sin dibujos al llegar a casa?
Si estas situaciones te resultan familiares, déjame decirte que no estás solo/a. Educar es, probablemente, el reto más grande y complejo al que nos enfrentamos. Todos queremos que nuestros hijos sean personas respetuosas, responsables y felices, pero el camino para conseguirlo a menudo está lleno de dudas. Y si te dijera que existe una forma de poner límites sin necesidad de recurrir a los gritos, las amenazas o los castigos. Se llama disciplina positiva.
¿Qué es exactamente la disciplina positiva y por qué no es lo mismo que ser permisivo?
Cuando oímos hablar de disciplina positiva o crianza respetuosa, muchos piensan erróneamente que se trata de dejar que los niños hagan lo que quieran. Nada más lejos de la realidad. Ser permisivo es tan perjudicial como ser demasiado autoritario.
La disciplina positiva, un modelo educativo desarrollado por Jane Nelsen y Lynn Lott, se basa en una premisa fundamental: ser firme y amable al mismo tiempo.
- Firmeza porque los niños necesitan límites y rutinas claras para sentirse seguros y entender cómo funciona el mundo. Los límites son una muestra de amor.
- Amabilidad porque demuestra respeto por el niño como persona, validando sus sentimientos y su dignidad.
El objetivo no es controlar el comportamiento del niño a corto plazo, sino enseñarle habilidades para la vida: autocontrol, responsabilidad, empatía y capacidad para resolver problemas. Se trata de una visión a largo plazo que busca fortalecer el vínculo y construir un apego seguro entre padres e hijos. En lugar de preguntar «¿Cómo hago para que mi hijo deje de hacer esto AHORA?», la pregunta clave es «¿Qué quiero que mi hijo aprenda de esta situación?».
Poniendo límites con amor: Estrategias prácticas de disciplina positiva
Vale, la teoría suena genial, pero ¿cómo la llevamos a la práctica en el día a día? Aquí tienes algunas estrategias que puedes empezar a utilizar hoy mismo.
Conectar antes de corregir
Imagina que estás contándole a tu pareja un problema del trabajo y, en lugar de escucharte, te dice: «Pues no haberlo hecho así». ¿Cómo te sentirías? Probablemente, incomprendido y a la defensiva. Con los niños pasa lo mismo.
Antes de corregir una conducta, tómate un segundo para conectar con tu hijo. Agáchate a su altura, mírale a los ojos y valida su emoción.
- En lugar de: «¡Deja de llorar, que no es para tanto!»
- Prueba a decir: «Veo que estás muy enfadado porque tenemos que irnos del parque. Entiendo que te lo estabas pasando genial. Es normal sentirse así.»
Cuando un niño se siente comprendido, su cerebro «racional» vuelve a activarse y está mucho más receptivo a buscar soluciones. No significa que te quedes en el parque, significa que reconoces su sentimiento antes de aplicar el límite («…y ahora es el momento de ir a casa»).
Enfócate en las soluciones, no en la culpa
El modelo tradicional se centra en buscar un culpable y aplicar un castigo. La disciplina positiva nos invita a cambiar el chip y enfocarnos en las soluciones, implicando al niño en el proceso.
Ejemplo: Tu hijo ha pintado la pared del salón.
- Reacción tradicional: «¡Pero bueno! ¿Qué has hecho? ¡Estás castigado en tu cuarto sin jugar!» (El niño aprende que pintar la pared está mal, pero también que es «malo» y que la solución es el aislamiento).
- Enfoque en soluciones: «Vaya, veo que la pared está pintada. Las paredes no son para dibujar. ¿Qué podemos hacer juntos para limpiarla?». (El niño aprende que pintar la pared tiene una consecuencia lógica —limpiarla— y se siente capaz y responsable de arreglar su error).
Este enfoque fomenta la responsabilidad y la autoestima, en lugar de la vergüenza y el miedo.
La magia de las opciones limitadas
A los niños les encanta sentir que tienen cierto control sobre su vida. Ofrecer opciones limitadas es una herramienta fantástica para evitar luchas de poder, ya que les das esa sensación de autonomía dentro de los límites que tú, como adulto, estableces. La clave es que ambas opciones te parezcan bien.
- «Es hora de vestirse. ¿Prefieres la camiseta de los cohetes o la de los leones?» (El límite es que hay que vestirse, la opción es la camiseta).
- «Toca recoger los juguetes. ¿Quieres empezar por los coches o por las construcciones?» (El límite es que hay que recoger, la opción es por dónde empezar).
- «En cinco minutos nos vamos al baño. ¿Quieres que te avise yo o ponemos una alarma?«
Ser firme y amable: el equilibrio perfecto
Este es el corazón de la crianza respetuosa. La firmeza está en el límite, la amabilidad está en cómo lo comunicas y lo mantienes.
Ejemplo: La hora de apagar la tele.
- Amabilidad: «Cariño, entiendo que te encantan estos dibujos y que no quieres que se acaben».
- Firmeza: «Pero nuestro acuerdo es que la tele se apaga a las ocho para ir a cenar. Ahora es el momento de apagarla».
Si el niño protesta o llora (lo cual es muy probable), volvemos al primer punto: conectar. «Entiendo tu enfado, es una pena que se haya acabado. Ven, dame un abrazo. Cuando estés listo, vamos a la mesa». Mantienes el límite (la tele se apaga), pero lo haces con empatía y respeto.
Los beneficios a largo plazo de una crianza respetuosa
Adoptar un enfoque basado en la disciplina positiva no es un truco de magia que elimina las rabietas de la noche a la mañana. Es una filosofía de crianza, una maratón, no un sprint. Sin embargo, los beneficios a largo plazo son inmensos. Como bien señalan expertos en desarrollo infantil, como los de la Asociación Española de Pediatría en su portal En Familia, poner límites desde el respeto es fundamental para el sano desarrollo de los niños.
Al educar desde la conexión y el respeto mutuo, estás ayudando a tu hijo a desarrollar:
- Inteligencia emocional: Aprende a identificar, comprender y gestionar sus propias emociones.
- Habilidades de resolución de problemas: Se acostumbra a pensar en soluciones en lugar de centrarse en el castigo.
- Autodisciplina y responsabilidad: Interioriza las normas porque las entiende, no por miedo.
- Una autoestima sana: Se siente visto, respetado y valorado como persona.
Y lo más importante: estás construyendo una relación con tu hijo basada en la confianza y el amor, un apego seguro que será su refugio y su fortaleza para el resto de su vida. Si quieres profundizar en los fundamentos, la web de la Asociación de Disciplina Positiva es un recurso excelente.
Educar es un camino de aprendizaje constante, tanto para ellos como para nosotros. Habrá días buenos y días en los que parezca que nada funciona. Sé amable contigo mismo/a también. Cada pequeño paso hacia una comunicación más respetuosa es una victoria que siembra las semillas de una relación fuerte y sana para el futuro.
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Preguntas Frecuentes
Q: ¿Qué hago si mi hijo sigue teniendo una rabieta aunque intente ser firme y amable? ¿Significa que no funciona?
A: No significa que no funcione. Las rabietas son una expresión emocional normal cuando no se cumple un deseo. El objetivo no es eliminarlas por completo, sino acompañarlas con empatía mientras mantienes el límite. Al validar su emoción y mantenerte a su lado con calma, le enseñas a gestionar sus sentimientos y fortaleces vuestro vínculo, incluso si la rabieta ocurre. Es un aprendizaje a largo plazo.
Q: Si me enfoco en buscar una solución, como limpiar la pared que ha pintado, ¿no le estoy quitando importancia a lo que ha hecho? ¿No es un castigo más efectivo?
A: Un castigo genera miedo y resentimiento, mientras que una solución enseña responsabilidad. Al implicar a tu hijo en la reparación del error (limpiar juntos la pared), aprende la consecuencia natural de sus actos de forma constructiva. El mensaje no es 'eres malo', sino 'los errores se pueden arreglar y tú eres capaz de hacerlo', lo cual es mucho más efectivo para su autoestima y autodisciplina.
Q: Al validar el enfado de mi hijo, ¿no le estoy dando la razón y reforzando que se salga con la suya?
A: Validar una emoción no es lo mismo que ceder. Decir 'entiendo que estés enfadado' simplemente reconoce su sentimiento, lo cual es un acto de respeto y conexión. No significa 'tienes razón, nos quedaremos en el parque'. De hecho, cuando un niño se siente comprendido, es mucho más fácil que acepte el límite que estableces a continuación ('...pero es hora de irse'). Conectas con la persona antes de corregir la conducta.