«¡No llores, que no ha sido para tanto!», «¡Deja ya de quejarte por esa tontería!», «¡Como sigas con ese berrinche, te vas a enterar!». ¿Te suenan estas frases? Si eres padre o madre, es muy probable que en algún momento de máxima tensión se te hayan escapado. Y es normal. Gestionar el torbellino emocional de un niño mientras intentas mantener la calma es, probablemente, uno de los mayores desafíos de la crianza.
Pero, ¿y si te dijera que hay otra manera? Una forma de acompañar esas emociones desbordadas que no pasa por minimizarlas, castigarlas o ignorarlas. Una vía que, a la larga, construye un vínculo más fuerte, fomenta una sana autoestima y dota a tu hijo de herramientas para toda la vida.
Hablamos de acompañar las emociones sin juzgar. Y no, no es una utopía para padres zen, es una habilidad que todos podemos aprender.
¿Por Qué Es Tan Importante Validar las Emociones de Nuestros Hijos?
Imagina que llegas a casa después de un día terrible en el trabajo. Tu jefe te ha echado una bronca monumental, has perdido un cliente importante y, para colmo, has pillado todos los semáforos en rojo. Se lo cuentas a tu pareja buscando consuelo y su respuesta es: «Venga, no te pongas así, que no es para tanto. Anímate». ¿Cómo te sentirías? Probablemente, invalidado, solo e incomprendido.
Pues bien, eso es exactamente lo que siente un niño cuando le decimos que no llore o que su enfado no tiene sentido.
Validar una emoción no significa estar de acuerdo con el comportamiento que la provoca. Significa reconocer que el sentimiento es real y legítimo para la persona que lo está sintiendo. Es decirle a tu hijo: «Te veo. Entiendo que te sientas así. Estoy aquí contigo».
Cuando validamos, conseguimos varias cosas importantísimas:
* Construimos un refugio seguro: Tu hijo aprende que puede acudir a ti con cualquier cosa que sienta, sin miedo a ser juzgado o rechazado.
* Fortalecemos su autoestima: Le transmitimos el mensaje de que sus sentimientos importan, y por lo tanto, él o ella importa.
* Fomentamos la inteligencia intrapersonal: Le ayudamos a conectar consigo mismo, a entender qué le pasa por dentro. Desarrollar una buena inteligencia intrapersonal es clave para que, en el futuro, sepa identificar y gestionar sus propias emociones de forma autónoma.
El Primer Paso: Entender en Lugar de Juzgar
El cambio de chip empieza por nosotros. Debemos pasar de reaccionar ante el comportamiento (el grito, el lloro, el portazo) a intentar comprender la emoción que hay detrás.
Un niño que llora porque su torre de bloques se ha caído no está siendo «un dramático». Está sintiendo una frustración real y abrumadora. Su cerebro aún no tiene la capacidad de relativizar como el de un adulto. Para él, en ese momento, su mundo se ha venido abajo.
Así que, la próxima vez que te enfrentes a una explosión emocional, coge aire y prueba a cambiar el guion:
- En lugar de: «¡No se pega!».
- Prueba con: «Veo que estás muy, muy enfadado con tu hermano. Entiendo tu enfado, pero nuestras manos son para cuidar, no para pegar. Vamos a buscar otra forma de sacar esa rabia».
- En lugar de: «Es solo un dibujo, no llores por esa bobada».
- Prueba con: «Jo, qué pena. Le habías puesto mucho esfuerzo a ese dibujo y ahora se ha manchado. Entiendo que estés triste».
Este simple cambio de enfoque lo transforma todo. Dejas de ser el juez para convertirte en el aliado.
Herramientas Prácticas para el Acompañamiento Emocional
Vale, la teoría suena genial, pero ¿cómo lo llevamos a la práctica en medio de la «tormenta»? Aquí tienes algunas herramientas que te ayudarán.
La Magia de la Escucha Activa
Escuchar de verdad es un arte. Significa apagar la tele, dejar el móvil, ponerte a su altura y prestarle el 100% de tu atención. Intenta reflejar lo que te dice con tus propias palabras para que se sienta comprendido: «O sea, que lo que te ha puesto tan triste es que tu amigo no te ha dejado jugar con su pelota, ¿es así?».
Esto no solo valida su sentir, sino que le ayuda a ordenar sus propias ideas, un pilar fundamental de la inteligencia intrapersonal.
La Rueda de las Emociones: Poniendo Nombre a lo que Sienten
Muchas veces, los niños (y no tan niños) se sienten desbordados porque no saben identificar qué es exactamente lo que están sintiendo. ¿Es enfado, frustración, decepción, celos? Ponerle nombre a la emoción es el primer paso para poder gestionarla.
Aquí es donde la rueda de las emociones se convierte en una aliada fantástica. Inspirada en modelos como la rueda de emociones de Robert Plutchik, existen versiones simplificadas y visuales para niños. Puedes tener una impresa en la nevera o en su cuarto.
Cuando veas a tu hijo abrumado, puedes acercarte a la rueda de las emociones y decirle: «Parece que tienes una emoción muy grande ahí dentro. ¿Se parece a alguna de estas? ¿Es más como el rojo del enfado o como el azul de la tristeza?». Usar la rueda de las emociones les proporciona un vocabulario emocional que enriquece enormemente su inteligencia intrapersonal.
Fomentando la Asertividad: Expresar sin Agredir
Una vez que la emoción ha sido identificada y validada, llega el siguiente paso: ¿qué hacemos con ella? Aquí es donde entra en juego la asertividad.
La asertividad es la capacidad de expresar tus sentimientos y necesidades de una forma respetuosa, tanto contigo mismo como con los demás. Es el punto medio entre la pasividad (callarte lo que sientes) y la agresividad (expresarlo haciendo daño).
Enseñar asertividad a un niño es darle un superpoder.
- En lugar de pegar porque le han quitado un juguete (agresividad)…
- Le enseñamos a decir: «Me siento enfadado cuando me quitas el juguete sin preguntar. Por favor, devuélvemelo».
Este proceso requiere práctica y modelado por tu parte. Si tú mismo practicas la asertividad en tu día a día, ellos lo aprenderán por imitación.
¿Y Qué Pasa con las Rabietas y los «Berrinches»?
Ah, las temidas rabietas. Son la máxima expresión de un sistema nervioso inmaduro y desbordado. No son un intento de manipulación, son un cortocircuito emocional.
Ante una rabieta, lo más importante (y lo más difícil) es mantener tú la calma. Eres su ancla. Si tú te desbordas, la tormenta será el doble de grande.
- Seguridad ante todo: Asegúrate de que el niño no se haga daño ni lo haga a otros.
- Acompaña en silencio: A veces, sobran las palabras. Simplemente estar ahí, sentado/a cerca, le transmite que no está solo.
- Valida cuando baje la intensidad: «Ha sido un enfado muy grande, ¿verdad? Estás muy frustrado. Estoy aquí».
- Habla y busca soluciones después: Cuando la calma haya vuelto (y no antes), podéis hablar de lo ocurrido y de qué se puede hacer la próxima vez. Quizás podáis usar la rueda de las emociones para entender qué pasó o practicar una respuesta con más asertividad.
Acompañar las emociones de nuestros hijos es un camino, no una meta. Habrá días en que lo hagas de maravilla y otros en los que pierdas los papeles. Y no pasa nada. Lo importante es tener la intención, pedir perdón cuando nos equivocamos y seguir intentándolo.
Al final, el objetivo no es que nuestros hijos no sientan rabia, tristeza o miedo. El objetivo es que sepan que todas sus emociones son válidas y que tienen en casa un lugar seguro donde pueden expresarlas, entenderlas y aprender a navegarlas. Y ese es el mejor regalo que podemos darles.
Preguntas Frecuentes
Q: Si valido todas las emociones de mi hijo, ¿no estaré malcriándolo o permitiendo que siempre se salga con la suya?
A: No, en absoluto. Es fundamental diferenciar entre la emoción y el comportamiento. Validar el sentimiento («Entiendo que estés muy enfadado») no significa aprobar la conducta («pero no está permitido pegar»). Al hacerlo, le enseñas que todos sus sentimientos son aceptables, pero no todas las acciones lo son. Pones límites claros al comportamiento sin invalidar su experiencia interna.
Q: Este enfoque suena ideal, pero ¿funciona también con niños más mayores o preadolescentes?
A: Sí, y de hecho se vuelve aún más crucial. Aunque las rabietas explosivas pueden disminuir, las tormentas emocionales internas sobre la amistad, la presión escolar o su identidad son más complejas. Un adolescente necesita sentir que puede hablar de su frustración o su tristeza sin ser juzgado. El principio es el mismo: escuchar para entender, validar su perspectiva («Suena a que te sentiste muy excluido por lo que pasó hoy») y mantener un canal de comunicación abierto.
Q: A veces soy yo quien pierde la calma y grita. ¿He arruinado todo el progreso? ¿Qué debo hacer después?
A: No has arruinado nada. Eres humano y la crianza es un desafío. Lo más importante es lo que haces después. Una vez que te hayas calmado, acércate a tu hijo, asume la responsabilidad de tu reacción («Perdona por haberte gritado antes, yo también estaba muy frustrado y no supe gestionarlo bien») y repara la conexión. Esto le enseña una lección muy valiosa sobre la responsabilidad, el perdón y que todo el mundo comete errores.